A estas alturas podemos decir sin miedo a equivocarnos que lo sabemos prácticamente todo sobre nuestro cuerpo. Las investigaciones en los diversos campos de la anatomía y la medicina nos han permitido especializarnos en cada uno de nuestros órganos, conocer la función de cada parte de nuestro organismo, tal vez con la única salvedad del cerebro, que sigue siendo el más fascinante y especial de todos. Podríamos pensar que el ser humano siempre ha tenido todo ese conocimiento, y sin embargo, está bastante claro que los estudios que han llegado a dilucidar la función de nuestro organismo se provienen desde hace un siglo, o siglo y medio, si somos algo más abiertos. La ciencia ha tardado mucho en tomar el control, pero una vez que lo ha hecho, ha podido explicar prácticamente cualquier proceso que tiene lugar en el organismo.
El sistema nervioso, por ejemplo, se llevaba estudiando desde siglos atrás. Muchos sabios y médicos intentaron desentrañar la manera en la que nuestros impulsos se transmitían por todo el cuerpo. Antiguamente, este tipo de procesos se entendían como parte de la unión del alma y la carne, pero por supuesto, las primeras investigaciones sobre electricidad aplicada al cuerpo humano, con Galvani como antecesor, demostró que estos impulsos eran eléctricos y procedían desde nuestro ordenador central, el cerebro. Gracias a esto, el ser humano empezó a dejar de creer que el corazón era el musculo central del cuerpo, y pasó a atender más a la cabeza, a la metería gris que conforma su interior. De la larga lista de autores que consiguieron despejar el camino para conocer mejor el cerebro y el sistema nervioso es imposible no destacar a Santiago Ramón y Cajal, el español que es mundialmente reconocido como padre de la neurociencia.
Primeros años
Santiago Felipe Ramón Cajal nació en la pequeña localidad aragonesa de Petilla de Aragón, en 1852. Debido al trabajo de su padre, que era médico cirujano, el joven Santiago tuvo que mudarse varias veces de domicilio durante su infancia, pasando por diversas localidades siempre dentro de Aragón. Después de realizar sus estudios primarios en el Colegio de los Escolapios de Jaca, donde se enfrentaba en muchas ocasiones con los frailes por su negativa a aprenderse las cosas de memoria y su aparente poca fe en el estudio, Ramón y Cajal ingresó en el instituto de Huesca para realizar el Bachiller. Desde edad bien temprana mostró su interés en las artes plásticas, especialmente el dibujo, algo que le fascinaba.
Sin embargo, en lugar de dedicarse a ello profesionalmente, decidió estudiar Medicina en Zaragoza, ciudad a la que toda su familia se había mudado en aquel momento. Ya centrado más centrado, y dejando un poco al lado su naturaleza traviesa infantil, Ramón y Cajal logró terminar la carrera en tan solo tres años, y fue llamado a filas para el servicio militar obligatorio, con una primera prueba de fuego como médico que seguramente marcó buena parte de su trayectoria: la Guerra de Cuba. Entre 1874 y 1875, el todavía imberbe Ramón y Cajal acude a la isla, todavía en dominio español, en busca de un ascenso rápido dentro del propio Ejército, después de estar tan solo unos meses en Zaragoza y Lérida como médico.
Científico y médico
Al volver de aquella primera experiencia de Ultramar, Ramón y Cajal se centró en realizar su doctorado, y es aquí donde se marca el punto de inflexión en su carrera, al tender más hacia la investigación que hacia la práctica médica en sí. En tan solo dos años, el médico consigue sacar adelante su tesis y posteriormente, entra a trabajar como Director de Museos de Anatomía en Zaragoza, para convertirse, en 1882, en Catedrático de Anatomía Descriptiva en la Universidad de Valencia, un puesto que no solo le trajo estabilidad económica y vital, sino que le permitió estudiar por su cuenta diversas enfermedades infecciosas como el cólera, iniciando así su labor investigadora, que le daría grandes alegrías en los años consiguientes gracias a sus descubrimientos en el campo de la neurociencia, que de hecho, prácticamente se encargó de iniciar.
El padre de la neurociencia
Los expertos siempre han considerado a Ramón y Cajal como padre de la neurociencia, el estudio de las neuronas y su funcionalidad dentro del cerebro, como encargadas de transmitir esos impulsos mentales que luego el propio cerebro se encarga de convertir en movimientos a través del sistema nervioso, o pensamientos y acciones. En 1888, estando en la Universidad de Barcelona, el doctor descubrió la morfología y los procesos creativos de estas células que forman parte del sistema cerebroespinal. Fue, según sus propias palabras, “su año cumbre”, ya que este adelanto suponía un paso de gigante para entender mejor el funcionamiento del cerebro y con él, el de todo nuestro organismo, tanto a nivel mental como fisiológico.
Al contrario de lo que pensaba Camilo Golgi, el otro gran descubridor de este sistema y con quien Ramón y Cajal compartiría su premio Nobel en Medicina años más tarde, el español desentraño la madeja de la red de células que atravesaban todo nuestro tejido cerebral, dotándolas de actividad independiente, frente a la teoría del italiano, que afirmaba que el sistema era un continuo donde todas esas células tenían la misma función. La conocida como “doctrina de la neurona”, expuesta por el propio Ramón y Cajal poco después en Alemania, fue aceptada y generó mucho debate al principio, convirtiéndose en el punto inicial de lo que hoy conocemos como neurociencia, una de las partes más importantes del estudio del ser humano en el siglo XX.
Últimos años de vida
En 1906, Ramón y Cajal fue premiado con el premio Nobel de Medicina por su descubrimiento, compartido con Camilo Golgi, cuyo método utilizó el español durante años en su trabajo, a pesar de no estar de acuerdo con sus conclusiones. Esta concesión llegó después de una dilatada carrera como investigador, habiendo obtenido otras distinciones importantes, como la Cruz de Alfonso XII o el haber sido reconocido como doctor honoris causa en Cambridge y La Sorbona. Ramón y Cajal vivió sus últimos años ya sin su esposa, lo que supuso un duro golpe para su salud y su entereza, jubilado de su labor, pero continuando con la investigación dentro de su propio instituto. Muy reconocido en vida, tras su muerte su fama llegó incluso más lejos, siendo considerado como un auténtico héroe dentro de la comunidad científica, no solo en la Medicina.